miércoles, 6 de julio de 2011

El quinto elemento

A comienzos del siglo XX los vibradores eran publicitados en las revistas de moda de nuestras bisabuelas y tatarabuelas. En una época en que solo existían 4 electrodomésticos: la maquina de coser, el ventilador, el calentador de agua eléctrico y la tostadora; el quinto elemento sería el primero en cumplir la promesa de alegrar la vida de muchas amas de casa. El artículo a continuación, "El discreto encanto de los vibradores" de Esteban Magnani, trata sobre el uso medicinal de los vibradores a finales del siglo XIX y comienzos del XX; su llegada triunfal, su caída en desgracia y, ojalá, su resurgir de Ave Fénix. Este artículo fue publicado en el libro “Ciencia para leer en bicicleta”, del mismo autor, editorial Capital Intelectual, Buenos Aires, 2008.




EL DISCRETO ENCANTO DE LOS VIBRADORES

LA LUCHA CONTRA LA HISTERIA EN EL SIGLO XIX

Imagine que usted, revisando las viejas revistas de modas de principios de siglo de su bisabuela, encuentra una publicidad, con ilustración incluida, de un vibrador. Aunque parezca imposible, eso fue lo que le sucedió a la historiadora Rachel Maines cuando hojeaba una revista de modas de 1906. Para su sorpresa el anuncio no era el producto de un editor vengativo o de un delirante: al revisar otras publicaciones para la mujer de aquel entonces pudo encontrar que ese recurso, que hoy subsiste en los sex shops, era ofrecido libremente a las féminas. Como buena historiadora y después de verificar que no existían otras investigaciones sobre el tema, Rachel Maines se interesó por el caso hasta terminar con un libro que se editó el mes pasado. 

ELECTRODOMÉSTICOS DE USO FEMENINO

Según el libro de Maines, La tecnología del orgasmo: histeria, vibradores y la satisfacción sexual femenina, a fines del siglo pasado la utilización médica de vibradores para combatir la histeria femenina era una práctica común. Desde hacía tiempo, los médicos conocían el tratamiento y aplicaban personalmente saludables masajes que devolvían la calma a las mujeres que tenían síntomas histéricos (tipificados en aquel entonces como irritabilidad, confusión, depresión, palpitaciones del corazón, insomnio, etc.). Es que el modelo machista de la sexualidad, vigente desde hacía siglos, no incluía la satisfacción femenina en el menú, lo que incrementaba los niveles de histeria. No es casualidad que Freud, en esa misma época, la utilizara como uno de los pilares de la teoría psicoanalítica, ya que contaba con muchas pacientes con los síntomas a flor de piel.

Para colmo, mientras los hombres comúnmente buscaban la satisfacción personal o, en el caso de sus esposas, sólo un heredero, era muy común, al igual que hoy, que las mujeres llegaran al orgasmo por la penetración. De esta manera, los médicos debían cubrir en las camillas la falencia que se producía en el hogar y que, en realidad, nadie excepto ellos quería tomarse el trabajo de atender.

Así fue como a fines del siglo XIX, en plena época de expansión de una serie de aparatos que aprovechaban la flamante energía eléctrica, llegaron los vibradores. Cuando el Dr. Joseph Mortimer Granville patentó el primer aparato eléctrico "antihisteria", sólo existían cuatro electrodomésticos: la máquina de coser, el ventilador, la pava eléctrica y la tostadora. El quinto elemento sería el primero en cumplir la promesa de quitarles el peso del trabajo de encima.


Así es como al lado de las aspirinas y las cremas para las arrugas se promocionaba una amplia variedad de vibradores con distintas velocidades (que variaban entre las 1.000 y las 7.000 revoluciones por minuto), de tipo ondulatorio, a gas, adosados a una mesa o, los más prácticos, portátiles. Por supuesto, la variedad de precios permitía el pequeño lujo a todas las amas de casa de cierto nivel.

PARA LA CARTERA DE LA DAMA

Más allá de las fantasías que pudieran provocar los vibradores en algunas beneficiadas, estos aparatos no eran sólo un capricho más cuya compra se decidía por un histérico deseo. La comunidad médica y sobre todo los ginecólogos recetaban un tratamiento regular. Para ellos, aún más que para las mujeres, la llegada de la mecanización del masaje implicaba un gran alivio ya que la efectividad del tratamiento era mayor y podían atender a muchas más pacientes en un solo día (algo imprescindible para mantener el orden  en una sala de espera llena de pacientes con histeria).

En aquel entonces, la prohibición religiosa de la masturbación tenía más peso y mucha mujeres ni siquiera llegaban a identificar alguna vez cuál era la necesidad insatisfecha. Así el barniz científico de los vibradores debía contribuir a olvidar la culpa y a permitir que el goce fuera mayor. Al fin y al cabo era sólo una manera de cuidar la salud.

En esa misma época y con el mismo tono científico, muchos médicos recetaban sesiones de hidroterapia en baños con chorros de agua caliente. Algunas mujeres asistían con una asiduidad de amante a los restauradores tratamientos.


EL REPOSO DE LOS VIBRADORES

En la Segunda década de este siglo, el armazón cinetífico no pudo seguir ocultando lo evidente: más allá de su efectividad médica, detrás del tratamiento se ocultaba la lujuria y el escándalo moral.

Mientras Freud se preguntaba al final de su vida cuál es, en realidad, el deseo de la mujer, los vibradores se abandonaban con vergüenza en algún oscuro rincón del placard.

Los liberales años sesenta los traerían nuevamente a la escena, pero no se puede decir que nunca más serían perseguidos: en Estados Unidos, el país de la libertad, 14 estados prohíben hoy en día la venta de dispositivos sexuales (no así del Viagra, por supuesto). De cualquier manera, se puede decir que las cosas han cambiado bastante y, con el avance del feminismo, las mujeres han sabido tomar las riendas del sexo. Por otro lado, hoy ningún médico se atrevería a recetarle a una mujer histérica la compra de un vibrador a riesgo de ser tildado de machista por el resto de su vida.

Más allá de lo gracioso de un tema tabú cubierto por años de historia, sigue resultando muy difícil de imaginar a aquellas correctas y ricas señoras de las fotos de la época victoriana aceptando el tratamiento con tranquilidad.

 © ESTEBAN MAGNANI
  




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